El palpitar permanente de la fe consiste en confiar en Alguien, Aquel que nos ama más allá de nuestros miedos y recelos. Creer en la fidelidad de Dios es saber con "los ojos invisibles del corazón" que Dios se aprende nuestros ojos y por nuestros ojos nos llama.
Cuando la fe alcanza a lo más recóndito del alma y encuentra razones suficientes para vivir con sentido la larga andadura existencial, las razones del corazón porque "el corazón tiene razones que la razón no conoce” (Blaise Pascal), entonces aparece en el horizonte la voluntad de dar y de darse, de compartir y de compartirse, de ayudar y de sacrificarse por los demás de una manera totalmente nueva y altruista, legendaria y divina.
Dios es la garantía de que nuestra realidad posee una meta y un sentido último en su larga espera, que nuestra existencia humana no es un absurdo manifiesto avocado a la nada y que la historia humana tiene una justicia plena más allá de sus páginas grises y demoledoras.
¡Sí, Dios se aprende nuestros ojos, y por nuestros ojos nos llama!
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